Que solo sabe usar una sonrisa, la prisa de alentar de su mirada, que ve la regresada como un beso, al peso al corazón que se hizo aire, desaire del amor incomprendido, de lo que le ha metido con las vistas de pistas retocadas con el alma, que palpa porque vela su deseo
que atrapa porque cela del anhelo el cuerpo del amor de lo bendito repite como hálito desaliento de lo que fue un momento eternidad. De lo que fue mirar entre los ojos y luego recordado con horror de todo lo anterior estando ciegos. De la luna calva y nubes de pelo
El cielo de su velo horizontal que sabe que mortales en la tierra. Lápida por la vida de su boca que toca en la palabra como piedra. La pida por la vida glamurosa que tiene de glamour de lo muriente. El ente de interiores de un profeta, la fuente delicada del demonio.
Que otrora ya no era lo que es, de fuente compresora a voluntad, que emprende con su magia precursora, que lo que otrora era, ya no es, que solo hay interés si está presente, que se siente ausente por sentir, que fuera a registrarse en uno mismo, con mimo de poeta autoridad
que le deja la paz de sus poemas
La navaja loca que te corta el cuello... Esa no la de Ockham
Besa mermeladas, hadas de jornadas cumpleañeras que pueden regalarte lo que quieras, que pueden ayudarte a soplar, que puedan adivinar entre el deseo, el mundo que regresa en lo besado de babas que ha tragado con amor, que a veces al toser es descuajado. Sangre en la boca II
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