De aquello que es espejo del hacer, que pueden devolverse las caricias. De cuántas avaricias desesperas, que esperas fantasías de placer, la piel que va a envolverse de las manos. Al gesto que despierta en cada ser, la forma de creer en el amor.
En algún ensueño, tal vez en la escuela, como en la precuela de su sufrimiento, y al mirar el tiempo, todo es viento y rabia, de rabiar de miedo...
En presente propio, prontos pero lejos, miran el espejo para ver su historia, para ser memoria sin ninguna cara. La máscara de piel que envuelve el rostro. A las dos, le dijo, las dos de la luna de una sola hora, que es un ahora mismo. Mimo por mimoso, poso de su sino. Sinónimo.
Mimar alejandrinos declinados, subsiste la figura arquetipada que sabe desandar para retrasarse, que darse de pagar la libertad que tienen voluntad los sufrimientos.
De aquel requerimiento de su cielo, las alas de fiestas, sin ganas de vuelos.
Enseña a soñar que mejor despierten...
se muera el cariño que al niño despierta y despierto llora, y vuelve a dormirse, a sufrir sus sueños, dueños sin vivirla sufrirlo en la guerra, y que muera hasta viejo, cada día muera, una nueva hora, de dos de la luna que ninguna era, como un entremés, de alguna semana
Plazas para un clic, en un chip espía sometía al dato. Faltan fantasías, sobran las mentiras, faltarán pedazos…
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