Entre tú y yo, entre tiempo, el mundo, porque en un segundo; la primera vida. Comer primaveras y que siempre fuera el sentir la flor, como el esplendor no lo contuviera. Y así se hizo eterno, tierno entre la nada.
Y ahora que centra el punto equidista como la distancia de la petulancia que no se resista.
La vista irisada, rizaba su velo que miraba el cielo y lo derramaba.
Después de aquello, cómo hacerlo bello de nuevo otra vez, que quede el estrés de volver a verlo, para reconocerlo y amarlo de nuevo, y si no lo ves; es misterio ciego. Cerco de empatía.
Tan terco el amor que se le hizo puerco.
Y al dolor inflama como llama ajena que lo que enajena es quizás placer.
Pulpa del deleite, las manos de aceite que afeiten la piel al mantel del pecho hecho al corazón. Mesa del jarrón, de las flores muertas. Como un cajón lleno de armarios o la ilusión cercenada, arrancada a la mirada de los ojos. Gafas dos y dos gafes en el oficio.
De aquel hombre perverso y contador que te va a hacer mejor por estupendo. Celeste viviente que siente que brilla, que todo lo trilla como onomatopeya. Campanas y caléndulas en unas semanas.
Manan de la flor y a la vez hermanan que luego pelean y crean que merecen lo mejor y hacer para peor en los demás.
Con rumores negros de alientos de tierra, con cara de piedra del humor violeta que a la vez prometa que brille su sombra como costra yerma. Variar en la tela, la estela del dolor de los amantes. Moda sobre puesta puesta para el desnudo. Carta y tontería, hacía recetas.
Veía mesetas y setas sedadas, tenía macetas de citas a ciegas. Arpegia el silencio y declina la voz que a la vez aprecia lo que sobreestima. Urgar lo indecente que siente lugar.
Como hombre trompeta que tiene quien le sople y le prometa.
Cometa en el placer quehacer tus manos.
Que brinda porque rinda y acaricia, que tiene la avaricia del placer, que todo vaya a ser como su gusto y el susto de la vida es lo contrario.
Que vaga vagabunda en la abundancia
y el pecio al preciosismo silencioso. Que tiene de hermosura lo horroroso.
Escuche en el reproche su temor de todo aquel amor que nunca fue, y a fe que da el amante en su derecho al flujo del repecho de la vida. Rendir de cuestas, me cuesta poco. Ponga una escalera. Para subir al cielo. Toma un ascensor. El señor que tienta. Sobre la bragueta.
Escancia y escucha que escruta el deleite y lo hace al afeite de las obsesiones. Un cartel de celos. Pelos del papel sobre piel del bueno.
Al lobo y el bosque, bosqueja la luna que marga la cuna de muerte temprana.
Un no a nosotros, a vosotros nunca. Nuca y recurrencia de nunca besada. A magdalenas gordas e infladas de leche, aquel deglutir que el hambre cuaja el apetito y la lengua es el placer que ha descubierto que todo lo que es cierto y alimento, la juramentada menta una escultura.
Piruletas grises hacen piruetas. No cometas eso, era comentar tras haber metido. Tras tornado, locura insurrecta, de secta de locos. En la epifanía de la glotis, como un hálito desesperado. No potes y salta, faltan los cielotes. Flotar como globo, bobo de su aire.
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