miércoles, 30 de octubre de 2024

Tachar la herejía.

 

Se puede predecir en el futuro el presente seguro de morir. La muerte y la pasión enamorada jornada ensoñación en el jardín que brota en el jazmín las precisiones de todo aquel olor que da en el alma que calma en el coraje que le enviste e insiste que lo suyo es la tristeza.

Y empieza a lamentar en la ocasión. Como indisposición de su prejuicio. Como si los caprichos hechizados, como aquellos castillos endiablados, de hadas despiezadas a la luz de altares con las partes destrozadas. De querer resumirlo sin la magia. De todo lo que quiere y no lo es.

En la felicidad de su tristeza.

Aquella habitación de la locura, la cura que da el verso en el placer de lo que va a arrimar que tenga rima, tarima de apostura y apostar.

Confitura de lágrima en su pedestal. Abarcan los ojos que sus brazos reman que entre tanto sueñan en el corazón. Cuerpo de cama, amante de colchas. Cada sueño vela la estela delicada del ensueño. Grifos secos, chorros claros, de claro y cristalino. Pristino en el verbo.

Ni trato, ni treta, trepanación temprana. Piedras de locura en una cabeza. Minas de violencia de vetas y explota. Y alma en cada cacho de su ser, como compadecerse del idiota. La santa gota hecha a su deber que puede suceder como la pena, su tristeza cava, acaba en la tumba.

Como una pitonisa sin jacintos que sabe del recinto del olor que darse lo mejor es el callarse y hacerse que le diga a convencer. Echarse a las cartas, hartas de su ser. Menester de magia de su neceser. Por ver en el verso eso del placer. De quehacer en boca tocado de besos.

En esa religión de su conciencia que tiene la sapiencia de especial que sabe sucursales de pedir que vida recompensa y diferencia. Como aquella excelencia de perder. Que tiene la licencia de locuras de curas y oraciones sin milagro. Mil años no es mucho, escuchó.

La voz pajarilla encasilla el canto, encantada brilla. Tinta de menos para hacerte más. Un camión de orillas, sillas para de pies después la varita que anuncia que embruja que empuja la estaca que acta la pluma como runa vieja de una nueva luna en ninguna noche...

Tremendo al ocaso, acaso su sombra. ¿Por qué lloras en un crepúsculo tan bonito?

Ni trato, ni treta, maleta y viaje como el equipaje de la propia carne y allí dejaba el ser, ¿qué haría allá sin su alma?

Sin la calma ilesa como recompensa de su soledad a la edad más sola del conocimiento. Capas de lamentos, copas de agonía.

Alguien dijo asco se atajó en su carne cómo arde el influjo para seducirlo, mirlo de su lengua, de su boca chirla de mixtura plata piedra de su perla, superflua pensó y resonó distinto le sonó en sus carnes a alguien del amor. Ailén Delamor declamó soltera

Cama y piedra poster de la luna a la una en plata la bata en la piel de aquel que desnuda la duda del lobo de oveja cuentuda que ayuda su hambre. Cuevas para ser tinieblas de estar.

Pulcro le sepulcra, pulcra la aptitud en la rectitud se va retorciendo, torcer una curva por buscar un centro. Cetro en la cabeza de los pensamientos, cerca.

Cumbres de castigos relibra el milagro que largo misterio de hacerlo en el cielo como velo templo cumplir en la tierra la siembra del sueño...

Se hace una tostada con su paladar para dar el gusto, ese susto grato de la mantequilla, de la manteca, de la lengua. Alguien del amor sueña que lo sueña si pone empeño para despeñarse y desesperarse de hartar de esperar de la otredad entera de la eternidad. Uno no dios.

Al tercer la cruz de su sacramento en el juramento mentar la virtud de ataúd abierto cubierto en la cara la cuarta careta de ese rostro quinto. Muertes pequeñas que la vida engaña con patrañas viejas, tejados del cielo para abrir los ojos. San Lucas borracho. Tachar la herejía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  La sed y la furia, a la vez en rabia, que la carne anhela solo sirve viva, liba su lenguaje al primer mordisco, un disco de lana, que escu...