En un descansillo
a ninguna parte
aparte lo atroz
si sale el arroz
lo hará para ella,
arroz con conejo
a la hora en punto
cuando fuma un gato
y el trato se bebe
un atardecer.
Y blanca es la nieve
de sangre patricia.
Alicia el arroz de las maravillas.
A sazón cogollos.
En un hoyo el mundo
funda un agujero
que al final se inunda
de fluido en joya.
Descarna la cena,
la pena absorbía
que traga en la suena
toda una agonía, sinfonía
en lloros, coros temblorosos
al rigor lo ensalzan,
érase no fuera
que quisiera dentro
en el epicentro
amor al contado.
En gloria profusa
que es glorificoso
atroz un segundo
un mundo aburrido
divirtió un sombrero
su interés a ciegas
de vestir cabezas
para su tocado
sofocar la vida,
no le cuesta tanto.
Tacitas de té,
llenas de veneno.
Peinar con rastrillos,
corrillos de sangre.
Y el gato se fuma todos sus ahorros.
A nana nocturna
que es turno de nuevo
de lo taciturno,
de ser redundante
arrogante y bello
de cuello sesgado
ajado y doncella
estremece y duela
cuela y adormece
por contar temblores.
Y le cuenta al niño
que el cariño duele.
Y la madre llora.
Recete que brilla
un mundo pastilla
de amarilla flota
como mascarilla
descarada en carne
barre el mundo en gotas
en cotas del cauce
que aduce el olvido
para revivirlo, parte
de un milagro.
Encargar los clavos.
Acabar la cruz.
A la luz vampira
cuesta respirar.
Ataúd cadáver.
Ente por su ser
al entrar penetre
que lo que arremete
es su contenido.
Nido de vacíos
de olvidar los huevos.
De nuevo tortilla, amarilla y verde.
La camada bella
de aquellos dragones
de pobres cenizas.
Al amar se llaman
y se aman y queman
que todo rellenan
de nuevas delicias.
Y al final es humo que un grumo de niebla.
Al canto en tinieblas que tiemblas de espanto.
Tatar de la cara, la máscara oculta.
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