De lo que desmotiva la virtud,
poner un ataúd de crecimiento,
que acaso en el silencio procesaba,
que hablaba sin la cara de la piel
la vida del mantel de hacerse carne.
Que puedan parecer sus intenciones
que tienen socavones del amor,
cómo se hará el rencor con su prejuicio,
si se sabe el oficio del dolor
que tienen de común los elementos.
Así se desvirtúa que no tenga
segura su autoría, de ver que se reían
del engaño, que solo te hace daño
el que te quiera, y era tan difícil su querer
que tuvo a prometerse de intenciones.
Rompe y rasga, rasca el sesgo, pega y carga.
Apego a su carne sustancial.
De todo lo mortal de sus deseos,
del cuerpo que le hace de portal,
por tal de economías de sentir,
que vienen de influir en el futuro.
El sabio que sabía que callar
es lo que hay que enseñar que se aprendiera.
Portales soportados en compuertas
con las llaves abiertas a estos cielos.
El velo de la fe de la sustancia
que tiene la jactancia de su ser.
Y el cáliz regaliz de su cariño
que sabe que el deleite es el deber
que tienen el poder de las caricias.
Sus santas avaricias placenteras
enteras en la tripa su placenta,
que place en ambiguo su placer
que tiene en el amor lo que ha placido.
Pretérito perfecto del tratar.
Atracan sucursales de los juegos,
del ruego en la explosión un horizonte,
de lo que se supone un enemigo
que pone en el abrigo de sus bombas,
que escobran las ciudades que se nombran.
Que tiene que matar hasta los niños, y nadie hace nada.
Corte penal, genocidio y pena.
La luna ballena y llena de pena.
De hacer de cada ley una persona
de ver cómo se asoma su injusticia
que tiene la avaricia lo penal
que hay gente que merece como jaulas.
Jaujas y doctrinas, dominar idiotas.
Terca terquedad que otredad quisiera.
La romería perversa, por ver su dolor.
Te va a echar de menos, cuando te echará.
La lágrima que empieza en el tejado,
en lo más alejado del sótano, al oscuro
horror con sus condiciones, capitán
de un plato de otro rato de hambre.
El hombre inteligente lo sentía
al ver lo que le hacía la sonrisa.
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