Canta una sirena, la pena es delicia, y lo canta Alicia desde la ventana. Al mirar el cielo, sobre vuelo de hadas, y en la luna clara alguien desayuna, una oruga plata en su salsa fuma, y el humo es la niebla, que apenas abruma, que es bruma sin huella, es ella el embrujo,
a la luz del ojo, todo brillo es llanto de doblar de lejos, el mundo es de espejos donde nunca miras. Donde nunca escuchas. A la luz que acaba como cava y tumba la sola retumba como trampa de ojo y aquel trampantojo le clavó un puñal.
Tendido en la playa, el que vaya o venga, a la vez aprenda que se sienta a solas, y la culpa moja tocando la arena, la pena volvía como la marea, canta en la toalla. En la duna bailan cantos de sirenas. La pena envolvía como fina capa, la melancolía.
La mente de copla le sopla turbinas el aire le inclina a la inspiración, una acción empieza, un baile sin tiempo que cumplen los brazos, en trazos de manos, extraño en la piel que lo infiel apunta, aquello seduce y a la pluma astuta, la clave difunta que mira la llave,
el ojo lo sabe y escoge la arpía, de día y de noche, la mira, el reproche, el pero perfecto, que abyecto era todo. Y es bueno por llorar, que viene de explorar como una espora de aquello que se adora en las mesetas, que conoce de setas y de guisos y sabe de enfermar lo primerizo.
Ya lo suponía, todavía es pronto le contó a lo lejos, el mundo es de espejos donde nunca miras, los finos reflejos de las maravillas.
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